“Negro, pero honrado”

Un domingo, hace tiempo, en una comilona de cumpleaños, la señora de la casa tuvo a bien amenizarnos la sobremesa con el chisme de que una prima suya del pueblo se había echado de novio a un “chico moreno, pero muy trabajador y muy atento”. Ese día, calentita que estaba ya una tras oír ciertas barbaridades previas en los tres vuelcos del cocido, abandoné mi habitual estado de desconexión automática en según qué foros y salté, pelín enajenada. “Pero moreno, ¿cuánto? Moreno, ¿negro?”, le pregunté a la anfitriona con un tono un par de octavas superior al necesario para que se me escuchara en una mesa tipo la de Putin y Macron en el Kremlin, pero a reventar de cuñados y cuñadas. El silencio se podía cortar a machetazos con la pala de la tarta de san Marcos. “Negro, negro, no, mujer. Castaño oscuro, pero tan honrado y formal como nosotros”, replicó la matriarca. Fue ahí cuando se me agotó el poquito autodominio que me quedaba y acabé de cavar mi tumba en esa casa. “Si se cruzara de noche con un negro por la calle, ¿se cambiaría de acera?”, le apreté las tuercas, implacable. Su respuesta, tras tres eternos segundos de duda, me dio, más que cualquier encuesta del CIS, la clave del particular racismo a la española: “Depende de si el negro es buena persona”.

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