El Defensor del Pueblo, después de analizar lo sucedido en Melilla el pasado junio, ha llegado a la conclusión de que no se cumplió la ley al devolver en caliente a 470 inmigrantes. Por su lado, la Oficina Europea Contra el Fraude señala que Frontex, la agencia que se encarga del control de fronteras en nuestro continente, lleva a cabo prácticas irregulares y vulnera los derechos de las personas de las que se ocupa. Estas dos noticias no han provocado ninguna reacción social, ninguna indignación colectiva ni muestras de apoyo y solidaridad con las víctimas. Donald Trump y sus políticas en asuntos migratorios despertaban más enojo en esta parte del mundo que lo que ocurre mucho más cerca de nosotros, tal vez porque es siempre más fácil ver la paja en el ojo ajeno o porque las muertes de quienes escapan de la violencia y desesperación desde el Sur se han naturalizado hasta tal punto que ya no despiertan ni el más mínimo interés en la a menudo distraída opinión pública. A veces, parecemos más compasivos con los animales maltratados u abandonados que con un negro flotando en el mar o huyendo por el monte Gurugú perseguido por las fuerzas de seguridad.
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