Hubo un tiempo, que duró más de tres décadas, en el que España competía con Alemania como los dos grandes referentes de la estabilidad política europea. Los presidentes aguantaban ocho años, y Felipe González ―se cumplen ahora los 40 años de su primera victoria― llegó a 14 años, casi tanto como Helmut Kohl o Angela Merkel. Después llegó la crisis financiera de 2008, la desigualdad enorme que generó, los recortes, la austeridad, el hundimiento del bipartidismo, el 15-M, el procés. Podemos estuvo a punto de dar el sorpasso al PSOE en 2016, Ciudadanos casi lo logra con el PP en 2019. La política española, como ironizaba González, se volvió italiana, pero sin italianos que supieran gestionarla. Y ahora, el sistema político español parece reorientarse de nuevo hacia una inesperada estabilidad inestable y una mayor concentración bipartidista, que estará lejísimos de lo que fue ―PSOE y PP llegaron a tener el 80% del Parlamento y ahora no llegan al 60%― pero sí está recuperando fuerza, como se vio en el debate en el Senado esta semana, donde el protagonismo volvió a los dos presidenciables, Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo.
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