La mayoría de las democracias polarizadas suelen caracterizarse por tres rasgos: uno es que el cuerpo político se escinde en dos partes, nosotros y ellos; otro, que las posiciones de cada grupo acaban moralizándose; cada cual ve al otro no como errado o de ideas más o menos débiles o rechazables, sino como imbuido del mal. Y con el mal no se negocia; se le combate hasta el final. Y, por último, que la construcción del enemigo sirve para definir la propia identidad política. Solo gracias a la continua delimitación negativa del otro podemos cohesionar el nosotros. Aún cabe añadirle otra característica: que las fronteras entre una y otra parte son minuciosamente vigiladas por toda una constelación de medios, tuiteros y otros tábanos de los que pululan en el espacio público, encargados de mantener siempre viva la llama del enfrentamiento.
Sé el primero en comentar en «Feijóo se equivoca»