La falta de médicos y enfermeras no se puede resolver con más pantallas. No se pueden atender bien las mismas urgencias con la mitad del personal. No se puede insultar a quien, abnegadamente y con el viento de cara, se parte el espinazo para atender a muchos más enfermos de los que puede en el tiempo de que dispone. Son matemáticas. Es sentido común. La caótica reorganización de las urgencias de Madrid ha puesto al descubierto, con luces de neón, una situación que era explosiva por unas carencias materiales y organizativas que se han vuelto crónicas y una gestión política prepotente, desconectada de la realidad y en muchos aspectos, incompetente. Un plan de reorganización que tiene que revisarse tres veces en pocos días, es evidente que no es un buen plan.
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