Es ya una promesa estereotipada de sacrificio personal en pro de la causa, que repiten con fruición los políticos de izquierdas: “Nos vamos a dejar la piel”. Creen que dejarse la piel es como quitarse la chaqueta y remangarse la camisa para hacer un gran esfuerzo laboral. Esta promesa pertenece al mundo de la retórica barata. El único político izquierdista que se dejó literalmente la piel fue Andreu Nin, y eso con la ayuda poco piadosa de los estalinistas. Supongo que esos paladines y sobre todo paladinas (¿se dirá así?) de la abnegación se refieren no a dejarse jirones de epidermis en las zarzas del camino de la virtud, sino a desprenderse fácilmente de ella porque ya les ha crecido otra debajo: de tanto en cuanto mudan de piel, según el acreditado procedimiento de las serpientes y otros ofidios. Pero hay una diferencia: si no me equivoco (mis conocimientos de herpetología son primarios), la nueva piel es muy semejante en color y dibujo a la que abandonan como una cáscara vacía. En cambio, los políticos consiguen un nuevo tegumento muy diferente y yo diría que hasta opuesto al que antes arrastraban orgullosamente por los corredores oficiales. ¡Metamorfosis casi milagrosa! De la piel sacrificada no queda ni recuerdo (nadie dice que se ha dejado la piel, sino que “va a dejarse” la piel) y la nueva ya está presta desde el primer día para convertirse en ofrenda al pueblo.
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