Con toda la dislocación que suelen producir las elecciones, hay veces en las que tienen un efecto oxigenante. Es lo que se adivina en estas que estamos a punto de afrontar. A la vista de la cantidad de atribución de cargos que significa la renovación de todo el poder local y de buena parte del regional, los partidos no están para asumir demasiados riesgos. Está siendo una legislatura demasiado díscola para afrontarlas sin una previa limpieza de factores distorsionantes. Y entre ellos se encuentran las consecuencias de la famosa ley del solo sí es sí, que hacían imperativa su reforma. Pero también la escenificación de una importante discrepancia dentro del propio Gobierno de coalición. Como siempre ocurre en periodos electorales, lo más importante para cada formación política es conseguir diferenciarse de sus adversarios. Disentir en torno a su reforma viene a ser perfectamente instrumental para que cada una de las partes ―PSOE y UP― puedan tomar distancia entre sí sin que ello les provoque ninguna merma en la gobernabilidad conjunta. Cada uno de ellos puede reivindicarse ante sus electores potenciales como portadores de sus supuestos principios, más aún tratándose de una materia, la cuestión feminista, sobre la que ambos reivindican la hegemonía.
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