Oxígeno desde el otro lado del océano para revivir pueblos vacíos

Juan Gozzo sale por unos minutos del bar-teleclub que administra con su esposa en un pequeño pueblo de Guadalajara. Tiene tiempo de sobra: hasta la hora del aperitivo no aparecerán los primeros clientes. Con sus calcetines blancos y zuecos de goma, Gozzo, venezolano de 43 años, camina tranquilo sosteniendo una taza de café. En el paseo no se cruza con nadie. Tampoco se oye nada más que los gritos lejanos de una brigada encargada de limpiar el monte de rastrojos para evitar próximos incendios. El venezolano conversa con el alcalde, Jesús Salgado, sobre su nueva vida en Ciruelos del Pinar, un pueblo de apenas 30 habitantes en el que la gente que se va ya no regresa. Gozzo se mudó junto a su pareja, Marieli Orta, y su hijo Pietro, de seis años, con la misión de insuflar vida a un territorio que se vacía. El bar, el alma de todos los pueblos, se mantiene abierto gracias a ellos.

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