El Pajarito es un narco chungo, de los que actúa primero y ya luego, si acaso, pregunta. Ni se lo piensa cuando ve aparecer a los policías judiciales Juan y Luis —nombres ficticios, por seguridad— por el Reventón Chico de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), una urbanización de lujosos chalés ilegales levantada al calor del hachís. “¡Ya estamos con las fotitos!”, grita el joven R. S. R., mientras mira desafiante desde su quad a los agentes y los periodistas que le acompañan en el todocaminos negro de la Policía. Juan ni se inmuta: “Este es de los peligrosos, de los que cuando hace vuelcos no tiene miramientos”. La hoja de servicio de R. S. R. a las órdenes del hachís le avalan: hasta nueve detenciones con apenas 30 años por un rosario de delitos que van desde la tentativa de homicidio al robo con fuerza o salud pública. Y no debe ser el único con esas formas, a juzgar por las marcas aún visibles que dejó una ráfaga de disparos en un fusil de asalto AK-47 en la fachada de una de esas lujosas casas, hace ahora justo un año.
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