El clima no es una religión. No hace falta “creer” en él para saber que existe porque para eso tenemos instrumentos. Con un reloj y un termómetro de mercurio como el que Daniel Gabriel Fahrenheit inventó en 1714 podemos constatar personalmente que las olas de calor son más frecuentes y más largas. Tenemos higrómetros, psicrómetros, cámaras, satélites y sensores para certificar que las sequías y los incendios también son más frecuentes y también duran más. Incluso contamos con instrumentos abstractos basados en observaciones estadísticas que nos ayudan a hacer predicciones. La ecuación de Clausius-Clapeyront observa que, por cada grado de temperatura, la humedad en la atmósfera aumenta alrededor de un 7%. Gracias a esa observación podemos predecir que, después de la sequía, el calor y los incendios cada vez más largos, habrá tormentas tropicales cada vez más fuertes y abundantes, junto con subidas del nivel del mar. Podemos predecirlo porque hay un principio fundamental de la física que dice que todo lo que sube tiene que bajar, incluido el agua. No es una parábola o una profecía. Es la Ley de la Gravitación Universal.
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