Al día siguiente del paso de la dana, el panorama en el municipio de Villamanta era el de un paisaje apocalíptico donde las lágrimas de los vecinos se mezclaban con las muestras de solidaridad. Una montaña color marrón de televisiones, neveras, sillones, ropa o bicicletas se agolpaban frente a las puertas de cada vivienda mientras la población barría y fregaban o se ayudaban unos a otros a despejar las calles o sacar muebles y electrodomésticos a la calle. Lo hacían con fregonas y palas o, simplemente, entregando agua y comida a quienes llevaban dos días sin pegar ojo tratando de salvar cualquier cosa. La sensación reinante al día siguiente era que aunque los daños son graves la muerte se paseó por el pueblo la noche del domingo y que aún faltan dos vecinos.
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