La Diada de Cataluña tiene este año un ojo puesto en Madrid. El desinhibido acercamiento de Junts per Catalunya y Esquerra Republicana con los negociadores de La Moncloa, primero por la constitución de la Mesa del Congreso y ahora por la posible reelección de Pedro Sánchez, ha formalizado el cambio de carril del independentismo oficial y ha desacelerado las arengas que, en la última década, acostumbraban a enardecer el 11 de septiembre en Cataluña. Los dos partidos que controlan el relato político del separatismo coinciden en la conveniencia de adoptar una actitud comedida para poder alcanzar acuerdos con el Gobierno. La estrategia pactista da réditos políticos inmediatos, ambas formaciones acaparan la atención de la investidura y exprimen la rentabilidad de los magros 7 escaños que tiene cada una en el Congreso, pero acarrea el riesgo de generar incomprensión y desapego de las bases. La Assemblea Nacional Catalana (ANC), entidad convocante de la manifestación del 11-S en Barcelona, ya ha advertido a los partidos que no todo vale: “El acuerdo que queremos es la independencia de Cataluña”.
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