Convirtió en agujeros casi todos los grandes debates económicos actuales. Obvió o pasó de puntillas por la excepción ibérica, que había combatido en campaña electoral: no es un tema antiguo, sino el que permite que la consiguiente rebaja de precios eléctricos sitúe a la inflación española en el 2,6%, menos de la mitad que el 5,3% de la eurozona. Igual hizo con el impuesto a eléctricas y bancos, aunque hace algunas semanas se resignaba al mismo. O con la supresión del Impuesto sobre el Patrimonio, prometida en su programa electoral. Enmudeció sobre la senda de aumentos de las pensiones, salvo una referencia indirecta a su sostenibilidad. Calló sobre la reforma laboral (salvo su insidiosa duda sobre los fijos/discontinuos), quizá porque un Gobierno del PP, el de Rajoy, ostenta el récord de desempleo, el 26,94% (2013), frente al 11,6% actual. Y por supuesto, de ninguna manera celebró que la revisión de datos macroeconómicos haya equiparado a España con los grandes países en el mismo momento (segundo trimestre de 2022) en vez de con un año de retraso, dato a la postre falso con el que ha intentado desacreditar a Pedro Sánchez durante meses.
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