Gran parte de los argumentos de la derecha contra la decisión de Pedro Sánchez —premeditada con alevosía—de que Óscar Puente fuese su hombre en el debate de la investidura de Feijóo tiene un punto y hasta un buen pedazo de razón: rebajaba así la relevancia institucional de la sesión (pese a la comedia política que encarnó todo el Parlamento sabiendo desde el principio que no iba a salir Feijóo investido) al no ser el actual presidente en funciones quien diese la réplica al candidato popular. O, peor aún, escogía a un personaje destacado por su solvencia retórica en el debate parlamentario, la contundencia de sus argumentos, la transparencia de su palabra y hasta la temeridad de algunas de sus ironías sarcásticas al límite del efecto bumerán.
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