El activismo insurreccional con ribetes predemocráticos que asedió las sedes del PSOE en España y en particular en la calle de Ferraz de Madrid no es hijo de un malestar social o de una tensión política alimentada por la negociación de una amnistía. Es al revés: la negociación de una ley de amnistía por parte del PSOE con Puigdemont es el pretexto último y óptimo para que la escenificación de una calle al borde del estallido social traslade el mensaje de que España está hundiéndose en una crisis institucional insoportable. Vox es el agitador callejero y sin complejos de unas movilizaciones que buscan contagiar la sensación de caos con un culpable directo, “el dictador” Sánchez, como rezaba una de las pancartas de la noche del martes de la ultraderecha. No es fácil saber si la llamada a impedir la “autodestrucción nacional” que pedía José María Aznar hace unos días, en su modo más peligrosamente nacionalpopulista, es esta que estamos viviendo. La condena de la violencia de Elías Bendodo en la mañana de hoy, miércoles, en La 1 ha ido seguida de nuevo de una peligrosísima pirueta en boca de un líder de la derecha conservadora. Según ha dicho Bendodo, Pedro Sánchez quiere amnistiar hoy incidentes violentos más graves de los que está sufriendo estos últimos días ante la sede de su partido. La permisividad o incluso la tácita justificación de la violencia contra un partido es una temeridad de consecuencias imprevisibles que Cataluña vivió ya en carne propia: el apreteu de Quim Torra dirigido a los CDR alentó una violencia insurreccional que cogió su propio rumbo y dejó de estar bajo control de nadie.
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