Una investidura dura y una legislatura áspera

El candidato a la presidencia, Pedro Sánchez, eligió una estrategia bastante clásica en su discurso de investidura: intentar desinflamar la situación, con un lenguaje medido y poco agresivo; situar la polémica proposición de ley de amnistía como un apartado más, no el más importante, de su discurso, y recuperar un mensaje socialdemócrata típico en lo económico y lo social. Sánchez utilizó un lenguaje calmado, pero, desde luego, no pretendió en ningún momento atraer al Partido Popular a sus tesis, algo poco esperable dado el calado de los ataques que los populares le han venido lanzando desde hace semanas. Más bien, al contrario, intentó situar a los ciudadanos inmediatamente frente a una disyuntiva entre propuestas antagónicas, una elección que, a su juicio, es inevitable, entre el programa del Partido Popular, unido necesariamente a Vox, que representa el regreso de la reacción política, no solo en España sino en Europa, y el del PSOE, con variadas alianzas, como única opción capaz de frenar el avance de quienes se oponen a las reformas y a los cambios que necesita el progreso de la sociedad. Sánchez intentó presentar su Gobierno no como el de la amnistía, sino como el del progreso europeísta. En ningún momento mencionó el acuerdo firmado por el PSOE y Junts, que tantas ampollas levantó entre sus propios militantes, sino que se refirió solo al texto de la futura ley, que, aseguró, es plenamente constitucional.

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