Cuando se inauguró en 1983 en la localidad de Alcalá de Henares, el Centro Penitenciario de Madrid II fue presentado como un alarde del diseño que la convertía en la prisión más segura de España. Costó 1.300 millones de pesetas (7,8 millones de euros) y de ella se destacaba, por ejemplo, que contaba con sensores volumétricos y un circuito cerrado de televisión para detectar fugas y que se había levantado sobre una gran plancha de hormigón para hacer imposible que los reclusos perforaran túneles. Los pabellones donde estaban las celdas se construyeron a base de piezas prefabricadas de hormigón para evitar butrones (agujeros practicados para atravesar un muro) y en las instalaciones interiores se cuidaron todos los detalles. Hasta los grifos se escogieron de forma que no pudieran servir para la fabricación clandestina de armas punzantes.
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