Cae la tarde y el frío comienza a apretar a las puertas del acuartelamiento Primo de Rivera en Alcalá de Henares (Madrid). Un joven gambiano aparece con su chándal más nuevo. “Mira, me he puesto guapo para hablar con vosotros”, bromea. Pide que le llamen Moussa, un nombre que no es el suyo. Está contento porque por fin va a poder darse una vuelta y despejarse tras 24 horas seguidas entre las paredes del campamento militar, ahora reconvertido en dispositivo de acogida para inmigrantes. A pesar de que declaran tener 17 años, tanto Moussa como su amigo Ousmane (también nombre ficticio), viven rodeados de adultos desde que desembarcaron en El Hierro el pasado 10 de octubre.
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