Introducir el tema de la inmigración no fue una ocurrencia de la noche del martes, cuando todo parece indicar que responsables de Junts y el PSOE cenaron en la Moncloa. Tampoco surgió durante la conversación que presuntamente mantuvieron Santos Cerdán y Carles Puigdemont y que certificó el acuerdo de conveniencia que se hizo efectivo durante la esperpéntica sesión parlamentaria del miércoles. Ya se acumulan indicios suficientes para constatar que la inmigración, como hacen tantos partidos europeos, es y será un vector de la resurrección de Junts. La primera señal la dio Puigdemont durante la conferencia que el 5 de septiembre leyó en Bruselas para fijar las condiciones de negociación con los dos partidos que en aquel momento aspiraban a la presidencia. “Tenemos la tasa de inmigración más alta de toda la Península, el 16,2%, más de dos puntos por encima de la de Madrid, y no tenemos competencias ni recursos para gestionarla”. Aquel discurso, que resonó en el acuerdo de investidura firmado con el PSOE dos meses después, fue relevante: prefiguraba la equivocidad a través de la cual el partido mantendrá un discurso para humillar al Gobierno (Vilacañas dixit) y así no se perciba cómo rectifica su actitud antisistema de los últimos años mientras asume el marco autonómico sin que se note el cuidado.
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