Mamadou aterrizó en España el pasado 28 de enero, 19 años después de haberse marchado. Fue uno de las decenas de miles de senegaleses que desembarcaron en las islas Canarias en la llamada crisis de los cayucos de 2006, pero a él el sueño europeo no le salió bien. “Aguanté dos años, pero sin papeles fue muy difícil encontrar trabajo y volví a Dakar”, contaba esta semana en la zona de tránsito de la terminal 4S del aeropuerto madrileño de Barajas. Ahora, con 45 años, había hecho escala en Madrid para viajar a Nicaragua, pasando antes por El Salvador, con el objetivo final de cruzar de forma irregular la frontera de Estados Unidos. “Soy fuerte, me siento joven para empezar otra vez. No creo que la ruta, ni el buscarme la vida allí, sea más difícil de lo que ya pasé”, reía. Mamadou estaba rodeado de gente. Alrededor de los baños, otros 30 africanos (la mayoría senegaleses, pero también mauritanos) dormitaban sobre cartones en el suelo, a la espera de la misma conexión aérea que saldría al día siguiente.
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