Sería una epopeya intentar glosar todos los insultos y descalificaciones que el PP le propinó este miércoles, en la sesión de control al Gobierno, al ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska. En este caso, con motivo del asesinato de dos guardias civiles en Barbate por parte de una banda de narcotraficantes. La acometida había empezado el martes en el Senado, donde Marlaska conminó a una senadora del PP, ante la virulencia de Marimar Blanco, a retornar al espíritu pacificador de Ermua que floreció tras el asesinato de su hermano, se desplegó con cuatro durísimas preguntas y una dramática interpelación del diputado Esteban González Pons en la mañana del miércoles en el Congreso y acabó esa tarde de nuevo en la Cámara alta, con la segunda reprobación del ministro, aprobada allí por la mayoría absoluta de los populares. A Marlaska lo llamaron de todo y él se defendió poco, recordando la inoperancia y falta de recursos contra la droga de los gobiernos del PP. Varios diputados de ese partido le refrescaron al juez su pasado, cuando el PP le ensalzaba como su modelo a seguir y héroe antiterrorista.
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