A González Pons le gusta tanto la ficción que ha llegado a escribir dos novelas, una con el título definitivo de El escaño de Satanás, y no lo hace mal, o al menos no lo hace mal del todo: sarcasmo, comicidad, su poco de sexo y misterio, algo de turbiedad y una multitud de claves a veces muy obvias. La ficción es una forma del conocimiento plenamente legítima, pero solo tiene un problema: es contagiosa, peligrosamente contagiosa. Lo de veras chocante es que González Pons haya llegado a subsumir su personalidad de político en la del novelista. Eso sí es más raro, y hasta peligrosamente irresponsable. Incluso un novelista cínico puede ser gran novelista: González Pons es solo un mediocre novelista, pero es eximio político, y ahí es donde se le ha colado la ficción, y se le ha colado en forma de mentira objetiva. Cuando habla con la entonación solemne de quien traslada a la ciudadanía la verdad de las tablas de la ley a unos se les pone la piel de gallina de la emoción y a otros no, incluso si está en Bucarest (Rumania), tierra de ficciones fecundas y a menudo negras y hasta sanguinarias.
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