Era octubre de 2003 y todavía quedaban ocho años para que ETA anunciara el fin de la violencia. En los cines se estrenaba el documental La pelota vasca, la piel contra la piedra de Julio Medem en medio de una polémica que duró meses. Las últimas palabras que escuchaban los espectadores antes de que se encendieran las luces de las salas eran las de Bernardo Atxaga. El escritor vasco, sentado en una silla a las afueras de un pequeño pueblo de la Llanada Alavesa, hablaba del final de la violencia que todavía no había llegado: “Algún día se producirá y lo notaremos porque la gente en vez de andar sobre el suelo, andará como a 20 centímetros, levitará levemente para no escandalizar pero levitará del peso que nos quitaremos de encima”. Atxaga planteaba, además, una utopía política para una mejor convivencia entre diferentes a la que llamó Euskal Hiria (”la Ciudad Vasca”, en euskera). “Nadie puede decir ‘esta ciudad es mía porque yo llegué primero’, la ciudad es de todos los que han llegado y de todos los que la han construido y la van a construir”, decía en el documental.
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