Hamza Warid estaba dispuesto a morir. O, al menos, era consciente de que su muerte era el desenlace más probable para la acción que estaba a punto de cometer. Creía que, inevitablemente, iba a ser abatido por la policía. Y envió un vídeo de despedida a su familia en Pakistán, un gesto habitual de los terroristas islámicos que se disponen a ir al paraíso. El pasado 27 de marzo, por la tarde, Hamza salió del piso en el que vivía, en Badalona, y caminó apenas 10 minutos hasta llegar al centro comercial Màgic. Armado con un hacha, rompió los cristales del McDonald’s, un ataque que acabó no con su esperada muerte sino con su detención por un mosso d’esquadra que estaba fuera de servicio.
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