Ahora que Pedro Sánchez ha terminado sus días de reflexión, comienzan los nuestros. Vamos a ello. Frente a la sobredosis de incertidumbre que abrió el presidente entre la gente politizada, me fijé en la reacción de los veinteañeros que me rodean, bastante ajenos al suspense que parecía abatirse sobre el país entero. “¿Lo de Sánchez? Mis amigos y yo tenemos problemas bastante más importantes”, era en general la reacción de los jóvenes cercanos, nada valiosa para el CIS, para este CIS, pero sí como termómetro eficaz. Esos problemas no traen planteamientos esencialmente kantianos, ni hegelianos, ni marxistas, ni siquiera debates de altura como la regeneración democrática o el hostigamiento de Ucrania y Gaza, pero sí más existenciales que el mismísimo Sartre: un piso, un sueldo digno, un proyecto vital. Algo tan simple como eso, negado hoy a la inmensa mayoría de los jóvenes mientras la masificación turística y el enriquecimiento de los inversores aleja a los ciudadanos comunes del sueño de tener casa propia.
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