El procés murió en enero de 2018, pero, como el Cid, siguió ganando batallas y definiendo la realidad política (afortunadamente ya no la social) en Cataluña. Hasta este domingo, cuando el electorado catalán decidió finalmente enterrar el cadáver de lo que había sido un movimiento sostenido para la consecución de la independencia, que ha tenido al país embrujado a lo largo de los últimos seis años, con altibajos. Por momentos pareció que el procés revivía, como en noviembre de 2019, o después de las últimas elecciones generales. Pero fueron fogonazos, estertores. Desde 2018, con excepciones puntuales, las movilizaciones han congregado a cada vez menos gente, la ilusión ha dejado paso a la desorientación, primero, y al cansancio, después. Los indultos cortaron el penúltimo hilo emocional que mantenía parte de la base de lo que había sido un movimiento que congregó de manera sostenida a dos millones de personas a lo largo de cinco años.
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