Entre los cientos de voluntarios que avanzan decididos cada mañana con escobones de barrendero, están Oto Sabater y Laia. Limpiarán lo que se ponga por delante, lo que las víctimas de la riada con la casa o la tienda boca arriba les indiquen o les pidan. Pero, además, ellos dos se han arrogado otra tarea, más particular, más concreta. Una minucia en el océano de necesidades de los cientos de miles de afectados por la dana, pero una minucia vital para un grupito de personas: los dos jóvenes llevarán, primero, comida preparada y litros de leche a un puñado de ancianos que vive en un bloque de pisos con el ascensor estropeado por la inundación y, después, unas botas a una mujer del centro de Alfafar que casi no puede salir de su casa porque no tiene —y no tiene dónde comprar— el calzado necesario para caminar encima de la sopa de barro en que se ha convertido su calle. Los dos estudiantes universitarios, venidos de dos pueblos de la provincia de Valencia, localizaron a estos vecinos gracias a una aplicación que pone en contacto a gentes necesitadas de algo determinado y voluntarios dispuestos a andar lo que haga falta para llevárselas. Necesitarán recorrer varios kilómetros por este territorio devastado para cumplir lo prometido.
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