Tomar decisiones implica asumir costes. Más aún si el momento exige transitar por territorio ignoto. Ocurrió con la pandemia. Nunca antes se había parado la economía del mundo para después proceder a reiniciarla. En aquel escenario angustioso para todos, los gobiernos tomaron medidas para ayudar con recursos públicos a los más vulnerables, pero también a las empresas. Y ahora, qué. Ahora la amenaza es otra. Se llama inflación y resulta menos extraña para los especialistas. Como entonces, también en este momento urge mitigar los efectos negativos que el alza de los precios está provocando en el tejido social. Una prioridad que asume como propia el Gobierno y que debería compartir la oposición. Las evidencias, sin embargo, no apuntan precisamente en esa dirección. Lejos de ofrecer alternativas, el PP se distrae con problemas que lo fueron de extrema gravedad en el pasado y que, afortunadamente, su superación constituye una de las victorias más edificantes de los demócratas.
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