El funeral de Estado en memoria de las víctimas de la dana mostró, de una manera dolorosa y brutal, lo que es evidente desde hace un año: la indecencia de que Carlos Mazón continúe en su cargo como presidente de la Generalitat valenciana. Es indecente, indigno, y una vergüenza democrática. Se podrían llenar folios y folios explicando las razones, pero es más que suficiente recordar tan solo algunas. Es indecente porque no se hizo cargo de sus obligaciones políticas más básicas aquel día. Porque abandonó a su suerte a los valencianos ante la mayor catástrofe natural del siglo. Porque prefirió pasar el rato con una periodista durante al menos cuatro horas a interesarse por lo que estaba pasando por las calles de los pueblos valencianos. Porque mientras él bebía vino, comía y miraba para otro lado la gente estaba muriendo. Porque al menos 55 personas fallecieron antes de que supuestamente acabara su tranquilo y feliz almuerzo (si es que terminó cuando dice ahora que lo hizo). Porque no contestó el teléfono a Salomé Pradas, su consejera encargada de la Emergencia, hasta las 17.37. Porque cuando finalmente lo hizo y se enteró de lo que estaba pasando, hizo caso omiso y continuó con su sobremesa durante dos horas y media más. Porque su compañera de mesa recibió un mensaje con un vídeo terrorífico que mostraba lo que estaba sucediendo en Utiel en ese momento y es del todo inverosímil que no se lo enseñara. Porque estuvo incomunicado entre las 18.57 y las 19.34 mientras la gente moría a decenas. Porque en esa hora oscura en la que estuvo en un aparcamiento −o dios sabe dónde−, fallecieron más de 80 personas en la comunidad autónoma que gobierna, según la base de datos que ha elaborado EL PAÍS con datos del sumario y entrevistas con los familiares. Porque la alerta que podría haber salvado muchas vidas se mandó demasiado tarde. Porque cuando tuvo a bien reaparecer y el aviso se envió ya habían fallecido más de 155 personas. Porque no ha hecho más que mentir desde entonces. Porque ha cambiado mil veces de versión. Porque cree que no tiene por qué dar explicaciones a los ciudadanos de sus andanzas de aquel día ni de su clamorosa y vergonzosa desaparición. Porque, independientemente de lo que hagan o digan los tribunales, su actuación de aquel día y sus mentiras posteriores, con 229 muertos sobre la mesa, son una de las mayores vergüenzas que ha padecido este país.
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