
Para quienes llevamos ya varias décadas ocupándonos de política nacional, hay pocos temas que nos resulten más familiares que los escándalos de corrupción. Todos acaban teniendo un aire de déjà-vu, como si fuera una piedra en la que una y otra vez volvemos a tropezar. Se dirá que es la condición humana, el homo corruptibilis como rasgo ineluctable de nuestra especie y, por tanto, la práctica imposibilidad de poder emanciparnos de ella. Resulta, sin embargo, y esto ha vuelto a salir en el caso Cerdán/Ábalos/Koldo, que la mayoría de ellos resultan ser producto de adjudicaciones de obras públicas amañadas y tráfico de influencias. En principio no debería de ser tan difícil blindarnos ante su proliferación tomándose las cautelas necesarias, como se ha hecho también en otros supuestos. Hoy, la exigencia de transparencia para la inmensa mayoría de las operaciones en las que está implicada alguna administración pública, hace que sea casi imposible que los pillos recurran a estas prácticas.
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