Esta crisis, como antes la pandemia, nos está poniendo a prueba. En un primer momento pensábamos que la estábamos superando. Putin nos subestimó: lejos de provocar la desunión, ha conseguido hacer a la UE y la OTAN más fuertes. Error de cálculo que ya le está pasando factura. Habría que decir, sin embargo, que el feroz dictador ruso no da puntada sin hilo. Su apuesta puede ser a más largo plazo y se asienta sobre la convicción de la fragilidad de las democracias occidentales, algo en lo que coincide su colega Xi Jinping. El diagnóstico es bien simple. Sometidas a la suficiente presión, sus mimadas poblaciones se acabarán rebelando frente a todo intento por poner en cuestión su cómoda forma de vida. Su punto débil es la facilidad con la que pueden ser desestabilizadas desde dentro por sus propias dinámicas internas. Son resilientes de boquilla; en el fondo penden de un hilo. En ellas germina la simiente de su propia destrucción.
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