Entre el día en que a Yolanda Díaz la interrumpieron en una videoconferencia con ministros de la UE para comunicarle que Pablo Iglesias iba a designarla públicamente como su sucesora y el pasado lunes, cuando el exlíder de Podemos arremetió a calzón quitado contra ella en la Cadena SER, han transcurrido casi 20 meses. Tiempo suficiente para arruinar dos décadas de estrecha amistad política y personal. Díaz e Iglesias, los viejos amigos de la época en que la izquierda de la izquierda era apenas un satélite lejano a la centralidad política española, los compañeros que hasta no hace tanto se llamaban varias veces todos los días, llevan más de un año sin hablarse -al margen de un encuentro fugaz- y parece difícil que vuelvan a hacerlo. Ella, cansada de una sorda ofensiva que Iglesias ha ido manteniendo en el tiempo, con reproches cada vez menos velados en sus intervenciones públicas. Él, convencido de que hay en marcha una operación para arrinconar a los suyos en las futuras listas electorales. La palabra ruptura ya circula en boca de todos en Unidas Podemos. Y la preocupación se extiende por el conjunto de la izquierda, cuyas posibilidades de repetir Gobierno después de 2023 penden de un hilo.
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