Los posos de café siguen en el fondo de dos vasos olvidados en la cubierta del barco. La suave marea del puerto de Santander mece al Siempre Nécora, amarrado al sol en el muelle tras la noche más dura de sus muchos años de faena: hace unas horas que sus marinos rescataban a siete marineros a la deriva tras hundirse el Vilaboa Uno. Uno de ellos falleció; los otros se recuperan gracias a la destreza de sus colegas, raudos para sacarlos de las gélidas aguas y prestarles sus ropas y mantas. El café les devolvió la vida que les arrebataba el Cantábrico, que se llevó a Francisco Faliato y a otro marinero ghanés. Un compañero peruano sigue desaparecido. El patrón del Siempre Nécora, José Antonio Fernández, suspira y reniega ante la desgracia. “Estaban exhaustos, flotando en el mar”, recuerda el hombre, que evita alabanzas: “Mañana me puede pasar a mí”.
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