El plan empieza a torcerse. La intención del PP era dar una patada para adelante y postergar hasta después de las generales del 23 de julio los acuerdos postelectorales con Vox, que tiene la llave para que la derecha gobierne en cinco comunidades autónomas y en una treintena de capitales de provincia y grandes ciudades. Pero ni el calendario lo permite ―los ayuntamientos se constituyen el 17 de junio, salvo si hay pendiente algún recurso, y los parlamentos de algunas autonomías para las que el PP necesita a Vox empiezan a formarse el 23― ni tampoco lo favorece la dinámica política de la recién estrenada precampaña. El resultado es que ya se ha hecho público el primer pulso entre el PP y Vox por los pactos territoriales, que los populares quieren evitar conscientes de la toxicidad de sus únicos potenciales aliados. En Extremadura, uno de los territorios marcados por ese pulso, ya se han manifestado los primeros choques. Los movimientos de las dos formaciones anticipan un largo tira y afloja que podría ser dañino para las expectativas electorales de Alberto Núñez Feijóo, que quiere presentarse a las generales como un candidato que no forma parte de ningún bloque. Pero antes incluso de lo que esperaban sus adversarios, que pretenden hacer de estas alianzas una de sus principales armas contra el PP, los populares ya andan enredados con Vox sobre si les dejarán o no gobernar. Y los ultras contestan que gratis no. Además, al líder de los populares se le ha abierto un frente inesperado en Extremadura, donde su candidata María Guardiola se niega a gobernar con el partido ultra.
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