Hay un breve diálogo en Oppenheimer, la película sobre la bomba atómica sin japoneses muertos, que provoca un espeso silencio en las salas españolas. Sucede sin gran espectacularidad en una pausa de su atronante hilo musical. En plena cacería del macartismo contra el científico por su posicionamiento contra la proliferación armamentística, le afean que en el pasado apoyara con donaciones de dinero la causa de la República en España. Oppenheimer se limita a contestar de manera contundente: “Siempre estaré al lado de un Gobierno elegido libremente en las urnas y contra el golpe de Estado militar de ribete fascista que lo destruye”. En las salas españolas este intercambio se recibe con una callada estupefacción. ¿Por qué? Muy sencillo. En una breve línea se sintetiza el relato internacional que está acordado sobre nuestra Guerra Civil. Algo impensable dentro de una España que aún sigue enfrentada porque, debido a la pugna partidista, no logra establecer una línea diáfana de explicación sobre su pasado. Ese silencio, que se corta con cuchillo en la sala de cine, resulta una expresión de nuestra carencia como país. Triste.
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