“[Los expresidentes] emiten opiniones que a veces proyectan demasiada sombra o que se convierten en armas arrojadizas durante la batalla política diaria”. Esto lo escribió Felipe González en 2013, en un libro titulado En busca de respuestas, el liderazgo en tiempo de crisis, y una década después puede ser leído como una exacta autopremonición. Las palabras de González se han convertido ciertamente en un arma arrojadiza contra el que, pese a todo, continúa siendo su partido. Y a él no parece molestarle demasiado. En eso se ha convertido el ya octogenario González y en ese proceso hasta se ha obrado el pequeño milagro de la reconciliación pública con quien fue su escudero de juventud antes de devenir en rival interno: Alfonso Guerra.
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