Las élites económicas siempre han temido la sublevación de las masas que tienen bajo los pies porque saben, aunque no lo admitan, que su orden es injusto. En Cataluña, las clases dominantes se han encargado siempre de crear y difundir el relato sobre lo que somos todos los catalanes. La raíz primera de este paternalismo que borra la voluntad ciudadana en el revuelto indiferenciado de poble, país o nació está en el siglo XIX y los albores de la industrialización. Sin los obreros, extraídos primero del propio campo catalán y luego de otros lados, el deslumbrante progreso que se arrogaban los amos, otrora tan admirados por su empuje y capacidad de hacerse ricos, se hubiera quedado en nada, sin los numerosos brazos que hacían funcionar las fábricas. De ahí el miedo casi atávico de las clases altas a la revuelta de los muchos, a la revolución bolchevique que les arrebate lo que en realidad ganaron exprimiendo a sus subordinados.
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