La solución nunca llega a los asentamientos de los braceros del campo almeriense

Repeinado, elegante, sonriente, el marroquí Abdelkrim (35 años) aprende español. Lo lee con soltura, pero se detiene ante cada palabra que desconoce. “¿Qué significa triunfante?” pregunta con un acento de aires latinos adquirido tras hacer amigos colombianos en las redes sociales. Dos días en semana acude a un aula con pizarras, un puñado de sillas, suelo de tierra y techo de plástico ubicada en el asentamiento chabolista de Atochares, en Níjar (Almería, 31.816 habitantes). Licenciado en Geografía y diplomado en Gastronomía, la falta de oportunidades lo impulsó a subirse a una patera. En su quinto intento alcanzó Lanzarote desde El Aiún. Pasó por Málaga y acabó en Níjar. No es el único nuevo migrante llegado en el último año. Otros lo hicieron tras su expulsión de otro campamento similar, Walili, derribado a finales de enero de 2023 y que forzó un plan local de erradicación de estos espacios, donde residen unas 4.000 personas extranjeras en esta provincia andaluza, cifra que se repite en Huelva, según cálculos de Andalucía Acoge. Desde entonces viven entre el miedo y la incertidumbre. ¿Y si su chabola es la próxima en caer? “El ambiente general es de desesperanza”, dice el activista almeriense Ricardo Pérez, de 27 años.

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