Los agentes marroquíes subieron a Azdin, un sudanés de 21 años, a un autobús y, tras casi once horas de viaje, lo abandonaron en la estación de autobuses de Beni Melal, la capital de la segunda región más pobre de Marruecos, en el centro del país. Sin dinero, sin comida, sin teléfono móvil, sin medicinas. Un mes después del intento multitudinario de cruzar la valla de Melilla, que acabó con al menos 23 personas muertas, Azdin sigue atrapado en esta ciudad. Y no es el único. El destierro mantiene a cerca de 200 sudaneses (y varios malienses) viviendo en precario en las calles de Beni Melal sin forma de marcharse de allí. Algunos con piernas y pies fracturados, muchos con heridas infectadas bajo vendas sucias. La única ventaja de Azdin es que este no es un paraje desconocido: es la décima vez en un año que las autoridades marroquíes lo envían aquí, una por cada intento fallido de saltar la valla de Ceuta o Melilla.
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