La política española se ha instalado en el cinismo. El cinismo impide la contemplación equilibrada, pues a la pregunta de si hoy hace sol responde: qué más da si todos vamos a morir. La política cínica encuentra siempre un agarradero de evasión, nada es fiscalizable pues todos somos culpables. El problema es que la política no es un modo de vivir, sino un espacio de gestión y si pierde la característica básica de resultar útil en favor de la mera supervivencia se transforma en algo indeseable. Por eso un director como Ken Loach no rodaría nunca la maximalista tragedia de los Andes, sino la encrucijada de un padre en paro por comprarle el traje de comunión a su hija. Estamos pues en la película equivocada. ¿Qué hacer? Analicemos con calma los sucesos. Es evidente que la ley de amnistía es fea pues viene provocada por la aritmética de diputados para formar una mayoría de investidura. Esa ley tendría que llegar avalada por los dos partidos mayoritarios pues de ese modo desatascaría el conflicto en su esencia y no de parte. En lugar de redactarse por el método confuso en que los beneficiados por el perdón dictan la letra pequeña, y la grande, estaría avalada por la mayoría real del país.
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