No es la amnistía, es la demografía. Lo que preocupa en Galicia, de manera generalizada, es su vaciado. En uno de los territorios más envejecidos de Europa, cada semestre se baten récords negativos de nacimientos. En la templada Galicia no se palpa en la calle ambiente de gran crispación electoral. En los mítines y ante la prensa, los candidatos sí se encrespan en público con la amnistía, la gobernanza de Pedro Sánchez o el sucursalismo de Alfonso Rueda. En privado de lo que alertan de verdad es de que no nacen bebés. El PP gallego, hegemónico hace décadas salvo alguna muy breve interrupción, disfruta de una posición dominante y particular, sin escisiones, ni divisiones en su electorado de derechas. Un panorama sin amenaza real de Vox, pero en el que pescar el 45% de los sufragios puede ser un mal resultado y peligroso, obligados a ganar y sin socios teóricos con los que pactar. En ese contexto, el PP de Rueda, el candidato popular que heredó la Xunta tras los 14 años de la etapa de Alberto Núñez Feijóo, mantiene el control sobre un partido con las históricas baronías provinciales amortizadas y un perfil de gestores, que presumen de estabilidad, frente a una izquierda tendente a la división. La crítica que peor digiere ese nuevo PP de Rueda es que ha perdido autonomía ante los intereses nacionales y políticos de Feijóo.
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