Vivimos en momentos de contrastes. Valga un pequeño ejemplo. Mientras en Ucrania asistimos, una vez más, al mal absoluto representado por las imágenes de Bucha o las de la estación de Kramatorsk, en Madrid sale a la luz la surrealista estafa de las mascarillas, el mal banal. Uno representa la quiebra total y absoluta de toda consideración por la dignidad humana, la crueldad y el horror asociado a la guerra; el otro expresa el espíritu de una sociedad frívola, individualizada, ajena a la más mínima decencia. De un lado la inmoralidad demoníaca, de otro la inmoralidad insustancial.
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